lunes, 26 de octubre de 2009

Alicia abandonó a Luis.


Fue una mañana cualquiera de un día ordinario. Para Alicia las flores comenzaron a oler y los colores parecían más vivos. El aire que respiraba se sentía diferente, poluto, un aire que sus sentidos nunca habían experimentado. Esta sensación se presentó una y otra vez en los días consecutivos, todos sus sentidos renacieron y el mundo como Alicia lo conocía, quedo envuelto en el material más inflamable antes visto, y así, ardió con las cegadoras llamas del sol, y las cenizas fueron tomadas por el viento para perderse en la inmensidad del nuevo mundo que le esperaba a esa mujer. Ese día, Alicia nació.

Luis representaba todos los días ordinarios y opacos. Un solitario nato al cual nunca le agradó la gente. Raro, poco agraciado físicamente, un misántropo brillante, pocas veces comprendido y muchas veces ignorado por la inmensa mayoría a la cual le costaba trabajo entenderlo. Un pintor ensimismado en su obra donde a menudo buscaba las respuestas que la vida le negaba. Probablemente, en la mente de este pintor misántropo, se resguardaba el pensamiento más bello y cercano a la realidad que persona alguna hubiese creado. Un anhelo de todo lo que la vida le ocultaba.

Una noche, Luis comprendió que Alicia era todo lo que él tenía, no había más. No le importaba el dinero, ni la política, ni su familia. A Luis las cosas terrenales no le generaban inquietud alguna. No pertenecía a este lugar y la insatisfacción se acrecentaba cada vez más en su solitario corazón. Alicia cada vez se convertía en algo más lejano, algo intocable, una idea solamente. Luis se resistía a aceptarlo. No le quedaba más opción. Se puso de pie y abrió el cajón del viejo mueble apolillado del rincón de su habitación. Ahí esculcó por largo rato, hasta que encontró lo que buscaba. El momento que Luis sabía perfectamente que ocurriría algún día al fin se le presentaba, no había nada que hacer, solo cerrar los ojos y ya. Sin mirar atrás, Luis era consciente que no había nada que mirar, esa miserable vida tenía que terminar.

Así fue como Alicia abandonó a Luis una mañana cualquiera de un día ordinario. Todavía con la piel ensangrentada y el penetrante olor a pólvora en el ambiente, ella mira las pinturas llenas de increíbles paisajes que Luis imaginaba para ella, y en todas esas pinturas, Alicia se reconoce una y otra vez, en todas aparece su figura coronada por su rostro centelleante. Alicia era ese bello pensamiento que albergaba la mente de Luis. El pensamiento que se hizo realidad, ese era el deseo de ese pobre diablo. En esas asombrosas pinturas, Luis nunca quedó conforme con la idea de su mujer, de su Alicia, la mujer a la que nunca podría abrazar por las noches frías y hacerle el amor en horas vespertinas previas al obscurecimiento de la bóveda celeste. Ahora, Alicia mira a Luis yaciendo en el piso con el gran hoyo en la cabeza por el cual pudo salir al mundo. Solo mira a alguien que cedió a la muerte con tal de que permaneciera en vida su bello pensamiento, la esencia de su cabeza, su bella Alicia.