domingo, 8 de marzo de 2009

Aquella Noche.

Aquella noche llevabas tu chamarra de Alfonso Zayas, esa que tanto me gusta como se te ve. Tu pelo suelto crespo reflejaba la luz de la luna, y las estrellas repetían en voz alta mis pensamientos: Eres la mujer más bella que ha pisado la Tierra. Sonreías y me tomabas de la mano. Hablabas sobre cosas que ni tu entendías, pero tus maneras me robaban el aliento y me hacían sudar por encima de los labios. Me acariciabas las mejillas mientras me llevaba a la boca una botella de whisky barato. Decías que los besos con sabor a alcohol te volvían loca. Después reías. Tu risa siempre me ha provocado una rara atracción. Tienes la risa más fea que he escuchado en mi vida. Una risa grave, como de tontuela. Pero es algo que me llena de satisfacción, escucharte reír, escucharte reír mientras estas ebria. De un momento a otro, tus ojos se iban dilatando. No dejabas de mirarme. Tu piel se veía tan pálida y tu boca carmín brillante.

Ya era inevitable lo que ocurriría.

Sentí tus labios húmedos. ¡¡¡También te suda la parte entre los labios y la nariz!!! Temblabas mientras te apretaba fuerte contra mi, sentía tus brazos trémulos a través de tu chamarra de Alfonso Zayas. Me puse duro, muy duro, tú me sentías y gemías tiernamente mientras tus manos rodeaban mi cintura. Mi corazón latía muy rápido. Sentía mis pómulos ardientes. Se prolongó todo demasiado tiempo, no se cuanto duro exactamente nuestro beso.

Terminó.

No dejaba de abrazarte, de restregar mi rostro sobre tu cabello negro. En ese momento solo dije: “Te amo”, “Lo sé” me dijiste. No volvimos a decir algo en toda la noche.

Las palabras ya sobraban.

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